Difícil momento para la libertad de prensa
En el mundo, el ejercicio periodístico se ve seriamente comprometido. El pasado ha enseñado con cruentos ejemplos que cuando la libre expresión a través de la prensa se encuentra limitada o violentada por los gobernantes, crujen las instituciones democráticas.
La libertad de prensa es la garantía
central para el ejercicio del derecho fundamental a expresarse que tienen los
ciudadanos. La doctrina republicana encarnada a partir de las ideas de
Montesquieu postula que los poderes del Estado deben ser administrados y
gobernados por personas o entes distintos e independientes. Se trataba así de
prevenir los abusos de poder. Y, luego, especialmente después de la
independencia de los Estados Unidos, las libertades públicas otorgaron a la
prensa un rol central para fiscalizar el funcionamiento de las instituciones y
servir de vehículo de los reclamos de la ciudadanía.
El mundo atraviesa por un período de reaparición renovada de maneras de gobernar que se creían superadas. El resurgimiento de los nacionalismos extremos, las corrientes populistas de uno u otro signo y los regímenes directamente autoritarios han vuelto a asomar en el horizonte, perjudicando, al menos en varios países de occidente, las prácticas democráticas. Y poniendo en riesgo cierto el ejercicio de la libertad de prensa.
Algunos ejemplos son contundentes a la hora del análisis de la realidad actual. En Filipinas, el presidente Duterte, un personaje controvertido y violento, detuvo a María Ressa, periodista que ganó el Premio Internacional a la Libertad de Prensa por sus denuncias contra el régimen de Manila que manda a bandas afines a asesinar a los adictos a las drogas. El gobierno de Hungría confiscó "de manera legal" más de 400 medios de comunicación. Sus dueños debieron "donarlos" a una fundación dirigida por un grupo de colaboradores del presidente Viktor Orban. En Polonia está en vías de suceder algo similar. El crimen del periodista Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post y crítico del príncipe heredero saudí, fue una noticia estremecedora. Arabia Saudita no es una democracia, pero pocos regímenes democráticos condenaron abiertamente el asesinato.
Más acá, las muertes violentas de periodistas en México, las restricciones y violencias que sufren colegas en Nicaragua y Venezuela o los problemas que están resurgiendo en Brasil -similares a los que ya se vivieron en la Argentina- deben ser objeto de preocupación. Ni qué decir de los Estados Unidos donde el desprecio del presidente Donald Trump por la tarea de la prensa es proporcional a su verba inflamada que se esparce por las redes sociales. La expulsión de la Casa Blanca de un periodista que se atrevió a cuestionar una de sus respuestas resultó ser un hecho sintomático. Por fortuna, al menos por ahora, aquella división de poderes republicana todavía funciona en el país del norte y un juez volvió a colocar las cosas en su sitio. Aun reconociendo que la prensa en el mundo tiene responsabilidad en ciertos asuntos por el tratamiento que le otorga a ciertos temas informativos, es un hecho que las estrategias para cercenar su libertad se han extendido por varios caminos distintos, pero todos confluyentes en el mismo objetivo censurador.
Triste resulta comprobar que la historia parece repetirse. Porque el pasado ha enseñado con cruentos ejemplos que cuando la libre expresión a través de la prensa se encuentra limitada o violentada por los gobernantes, crujen las instituciones democráticas.