Debate sobre los lomos de burro
Si bien son muchos los sectores en los que los vecinos reclaman su erección ante la alta velocidad que los conductores imprimen a sus vehículos, la ubicación y el modo cómo se colocan tienen que responder a criterios lógicos y adecuados a cada circunstancia.
Tuvo amplia repercusión en los medios y las redes sociales el accidente ocurrido días atrás en la avenida Rosario de Santa Fe al 3000, cuando un motociclista recibió serias lesiones tras perder el control por un lomo de burro allí ubicado. Familiares del joven que sufrió severas lesiones reclamaron de manera enérgica para que este dispositivo reductor de velocidad fuese eliminado porque había generado ya varios siniestros similares, en virtud de su altura excesiva y la mala señalización.
El debate se encendió en las distintas plataformas. Discurrió por dos carriles separados que pretendieron juntarse. Uno, la utilidad o no de los lomos de burro, su peligrosidad y la carencia de advertencias que permitan atravesarlos sin mayores riesgos. Otro, el de la conciencia a la hora de circular y el cumplimiento de las ordenanzas que regulan el tránsito en la ciudad. Si bien están concatenadas, ambas problemáticas requieren soluciones de diferente tipo. Por ello, se impone abordar el análisis por separado.
En esta columna se ha señalado en reiteradas ocasiones la necesidad de que los conductores de vehículos respeten las normas vigentes. Por ello, sería redundar en consideraciones acerca de una temática que ya no debería ingresar en debate. Por el contrario, la colocación de lomadas reductoras de velocidad tiene que ser motivo de análisis, en la búsqueda de una mejor y más segura circulación por calles y avenidas de la ciudad.
El problema de los reductores de velocidad mal construidos o no señalizados es un tema que merece atención. Es preciso señalar que son perjudiciales las lomadas pronunciadas sin ninguna cartelería que advierta sobre su existencia o pintura que permita detectarlas con el suficiente tiempo para el frenado. Si bien son muchos los sectores en los que los vecinos reclaman su erección ante la alta velocidad que los conductores imprimen a sus vehículos, la ubicación y el modo cómo se colocan tienen que responder a criterios lógicos y adecuados a cada circunstancia.
El lomo de burro, a veces, trae consecuencias negativas, especialmente cuando no está bien señalizado o pintado con colores que llamen la atención desde una distancia considerable. En las calles no pavimentadas, estas condiciones son más difíciles de conseguir, por lo que es necesario ajustar su colocación a parámetros que garanticen seguridad. De lo contrario, estos elementos construidos de las formas y dimensiones más diversas pueden no cumplir la función reductora de velocidad y pueden convertirse en un serio peligro para quien circula. No obstante, si se cumplen todos los requisitos, la lomada es un elemento disuasor que impide los excesos de velocidad tal como lo reclaman muchos vecindarios.
Es bienvenido por ello que el municipio haya atendido el reclamo de reducir la peligrosidad de la lomada en el lugar donde se produjo el accidente referido, así como también la necesidad de revisar, si cabe, cada uno de los lomos de burro que se encuentran en la ciudad para que cumplan cabalmente su función y no se transformen en elementos que agregan peligrosidad al tránsito.