Coronavirus: el drama de las trabajadoras sexuales
El aislamiento absoluto terminó de arruinar el único ingreso con el que cuentan integrantes de la comunidad trans, imposibilitados de trabajar en medio de la pandemia, porque nadie se atreve a contratar sus servicios, ni el sexo telefónico funciona. Cómo subsiste uno de los sectores más postergados de la sociedad.
No hay clientes. Ya había menos cuando se empezó a hablar del coronavirus, ante el temor del contagio. Pero la obligación de mantenernos todos adentro de los hogares terminó por arruinar la única posibilidad de ingreso económico de quienes viven de la prostitución, porque no les queda otra.
La supuesta profesión más antigua del mundo sufre el impacto de la pandemia y se sumó una nueva preocupación a la vida de quienes siempre fueron postergados, pero ahora todavía más.
"No puedo ni comprarme una gaseosa porque tengo que pensar en comer al otro día", confesó una de las integrantes del Centro Trans San Francisco.
Los pocos pesos que les quedan apenas si les alcanzan para comer; también subsisten gracias a las donaciones que reciben del Centro Trans y la organización Putos Peronistas de la ciudad de Córdoba.
El viejo anhelo de conseguir un trabajo formal lo ven aún más lejos y les preocupa, mucho, no poder salir más de esa situación de exclusión. "Queremos la oportunidad de acceder a un trabajo y tener una vida digna por primera vez", reclaman Karen Herrera, Paula Moyano y Melyna Alejandra Peralta, del Centro Trans San Francisco, y Nicolás Durán, de Putos Peronistas,
Melyna Alejandra Peralta y Paula Moyano, del Centro Trans San Francisco.
El teletrabajo no es una opción
"¿Qué vamos a hacer si no se puede salir?", se preguntaron la noche en que el Gobierno obligó a todos al aislamiento. Teletrabajar; aunque no es para todo el mundo; los trabajadores sexuales ni esto pueden hacer cuando la necesidad obliga y en tiempos de supervivencia.
Karen tiene 45 años y hace 20 ejerce la prostitución en la calle y si bien el sexo telefónico era una opción de servicio, ya ni éste suena. "Mi situación actual es de pobreza. Ya no había trabajo antes de la cuarentena y con este aislamiento, menos. Mi teléfono dejó de sonar", contó a este diario.
"Nadie me contacta, ni me escribe y ni los 'telos' están abiertos. Algunos mensajes me llegan pero nadie se arriesga a salir o acercarse. Encima, los clientes no tienen excusas para salir. Estamos muy mal", agregó Paula. "El trabajo en la calle es muy pobre", aseguró Melyna.
Quedarse sin ingresos las empuja a comer lo que hay, saciar el hambre. Para cubrir esa necesidad básica, se valen de las donaciones que reciben pero no alcanza.
"Hoy en día nos sostenemos con lo que nos dona la gente y las comunidades a las que pertenecemos, con algo de alimento no perecedero. Necesitamos de todo y lo poco que tenemos lo compartimos entre todas. Toda ayuda es bienvenida, desde alimento hasta vestimenta porque estamos muy mal", siguió Karen.
"Los grupos de Córdoba nos mandan alimentos pero pasamos necesidades y últimamente nos vamos a dormir solo con una taza de té en la panza", confesó Paula sobre la cruda realidad que viven desde que el coronavirus cambió el mundo.
Comer o pagar las cuentas
Esa es la disyuntiva. En el caso de Karen, que vive sola y alquila un departamento, no está pagando "ni el alquiler ni la luz"; es eso o comprar alimentos. Insiste: "Vivimos de lo que nos brinda la gente porque los políticos no nos ayudan".
La realdad de Nicolás no cambia mucho. Es taxi boy desde que tenía 19 años, ahora tiene 23: "Nos estamos ayudando entre nosotros. Los vecinos son muy importantes. Nos ayuda gente de San Francisco, Frontera y Acapulco (Josefina). Hay mucha falta de voluntad política de quienes nos gobiernan".
"Sin dinero no podemos mantenernos ni cuidarnos", añadió el joven.
No hay clientes que contraten sexo telefónico. "Ya no había trabajo antes de la cuarentena y con este aislamiento, menos. Mi teléfono dejó de sonar"
Un oficio que venía en caída
Antes del aislamiento obligatorio, ya tenían poco trabajo. La crisis económica ahuyentó clientes pero el miedo al contagio de coronavirus terminó por espantarlos a todos.
"En una buena noche podías tener dos clientes pero trabajando de lunes a lunes, y apenas juntás dinero para pagar el alquiler, los servicios y comprar el mínimo de alimento", explicó Karen.
"Con dos o tres clientes podés juntar $1.500 para la luz, cable, remis y comida; pero eso es muy poco", manifestó Melyna.
La realidad de la comunidad trans en la calle es difícil y ahora más que antes. "Con dos salidas me conformo para comer pero ya no me quedo toda la noche. Mi cuerpo está cansado de este trabajo. Cada noche me encomiendo a Dios para que me ayude a pasar las horas, que haya clientes y junte algo para comer al otro día. Es arduo poder juntar dinero para pagar el alquiler", se lamentó Paula que lleva unos quince años parada en las esquinas de avenida Rosario de Santa Fe y la zona del casino.
Más cuidados
Frente a la pandemia, el miedo al contagio también hizo a los trabajadores sexuales tomar recaudos en materia de higiene. "Los días previos pensé que no iba a ser así, pero poco a poco me empecé a preocupar. Antes de que ocurriera todo esto, tomé las precauciones necesarias para evitar cualquier tipo de contagio. Me lavaba bien las manos, utilizaba alcohol en gel", recordó Karen.
Pero hasta la higiene hoy es cara, en tiempos que exigen extremarla.
"Apenas tengo lavandina y jabón pero todo eso se está acabando y estamos subsistiendo con lo que nos dona la gente. Es una realidad muy triste", añadió.
Una política laboral que urge
Se estima que en el país, el 98% de las personas travestis, transexuales, y transgéneros no tiene un trabajo formal. En San Francisco, el Centro Trans espera respuestas a insistentes gestiones tendientes a lograr la inclusión laboral en el ámbito del municipio.
Un salario digno y una vida lejos de la calle es lo único que piden. "Hace más de veinte años que ejerzo la prostitución y estoy agotada. Intento buscar otra cosa pero se nos cierran todas las puertas. La sociedad y el Estado, principalmente", dijo Paula.
"No puedo ni comprarme una gaseosa porque tengo que pensar en comer al otro día", acotó.
Un poco más optimista, Melyna reconoció que "con el tiempo, la gente se está dando cuenta la clase de personas que somos las chicas trans. Por suerte, siempre me aceptaron pero eso no les pasa a todas. Queremos la oportunidad de acceder a un trabajo y tener una vida digna por primera vez".