Carga simbólica de una bofetada
Las imágenes que dieron vuelta al mundo dan cuenta de que los valores republicanos están siendo abofeteados. Un presidente democrático, guste o no su gestión o su proceder, ha sido elegido por la ciudadanía. Atacar la figura de la máxima autoridad de un Estado debilita la democracia. No es un hecho menor.
Las imágenes se viralizaron en cuestión de instantes. En todo el mundo se comentó la bofetada que recibió el presidente de Francia, Emmanuel Macron, durante una gira que realizaba en el marco de la campaña electoral en el país galo, en momentos en que la sociedad está saliendo del confinamiento estricto obligado por la pandemia del Covid 19.
Por cierto, no se trató de una reacción de un ciudadano en un momento de bronca o angustia. Fue un hecho planificado en el que se aprovechó la cercanía del presidente francés con la gente para lanzar -y filmar- el cachetazo y difundirlo de manera inmediata en las redes sociales con objetivos de propaganda política. Se produjeron, a partir de allí, innumerables reacciones frente a la imagen del primer mandatario de un país poderoso totalmente desprotegido. Buena parte de estas repercusiones derivó en burlas y justificaciones, lo cual revela un peligroso clima contra las instituciones democráticas que no reconoce fronteras.
El gesto simbólico de cachetear a la persona que ejerce el más alto cargo en un país y los comentarios que se sucedieron ponen en escena las características de una realidad en la que la discusión de los temas de interés público deriva en acciones violentas rápidamente y en la que la transgresión parece ser un sello de época. Así, como calificaron los principales medios de comunicación franceses, "sopla un mal viento sobre la democracia".
Se puede argumentar que han ocurrido en el pasado hechos mucho más graves de los que han sido víctimas los gobernantes. Asimismo, es posible afirmar que los principales dirigentes no cumplen con su responsabilidad y manifiestan una espantosa inacción para resolver los problemas cada vez más graves de las distintas sociedades en el planeta, lo que genera un creciente malestar. También que la crisis en la credibilidad de las instituciones democráticas en Occidente, acrecentada durante la pandemia, se debe a las falencias que los políticos exhiben en su respuesta a las demandas de la ciudadanía de los distintos países. Lo mismo, es una realidad que las diferencias políticas parecen irreconciliables y que la tolerancia es una virtud que escasea. También es un dato del actual momento que cualquier episodio puede tomar vuelo mundial tan solo con ser posteado en algún sitio de Internet.
Pero no solo ocurre en Francia. Hace algunos meses, algo similar ocurrió aquí en la Argentina cuando se apedreó el vehículo en el que viajaba el presidente de la Nación durante una gira por la Patagonia. En esa oportunidad, en esta columna se plantearon varios de los pensamientos que obligaban a condenar el hecho, más allá de las simpatías o antipatías que puedan despertar la persona que ejerce el cargo y sus acciones.
La carga simbólica de las imágenes que dieron vuelta al mundo es importante. Porque da cuenta de que los valores republicanos están siendo abofeteados. Un presidente democrático, guste o no su gestión o su proceder, ha sido elegido por la ciudadanía. Atacar la figura de la máxima autoridad de un Estado debilita la democracia. No es un hecho menor. Comprenderlo significará reconocer que hay figuras institucionales que deben ser respetadas, independientemente de quien las ocupe. De lo contrario, se perderá totalmente la hoy escasa racionalidad del actual debate público.