Barrabravas, delito, autorreferencialidad y poder
Lo que siguió al bochorno y el escándalo de la final suspendida no sorprende. Nada de autocrítica. Acusaciones, miles. Solo una renuncia, como para dar a entender que al menos alguna repercusión política debiera existir en estos casos.
"Las hinchadas estaban cambiando su función y, sobre todo, su imagen de sí mismas. Los jugadores, que habían sido durante décadas los pilares de un club, se habían convertido en golondrinas: iban y venían -y sobre todo iban, cuando conseguían algún contrato afuera. Ya no quedaba tiempo para que la hinchada se encariñara con cada uno de ellos, le inventara su cantito particular, lo sintiera parte de su fanatismo: para muchos hinchas, la mayoría de los jugadores se habían convertido en mercenarios que podían vestir cualquier color -pero sobre todo el verde Washington. Y entonces decidieron que, en medio de ese pantano, lo único firme y permanente eran ellos mismos: los hinchas. Y empezaron a celebrarse como tales. Los hinchas le reclamaban a los jugadores que se esforzaran no por la gloria del club sino porque ellos mismos -los hinchas- se merecían ser campeones".
La frase aparece en el libro "Boquita" de Martín Caparrós, quien es confeso simpatizante de la divisa azul y oro. Pero viene al dedillo para comprender cuándo y cómo comenzó a desvirtuarse lo del juego en el fútbol, para terminar siendo el desquicio que hoy vive el más popular de los deportes. Lo que siguió al bochorno y el escándalo de la final suspendida no sorprende. Nada de autocrítica. Acusaciones, miles. Solo una renuncia, como para dar a entender que al menos alguna repercusión política debiera existir en estos casos.
En un trabajo titulado "La nueva conflictividad de las barrabravas en la Argentina", Natalia D'Angelo, doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de México, sostiene que "los actores externos a la barrabrava son la principal garantía del mantenimiento del statu quo del que se beneficia. Estos actores operan desde un espacio en el que hacen valer, de modo indiferenciado, sus roles de jefes políticos, funcionarios del Estado y miembros de la red"". Agrega: "Las fuerzas de seguridad también forman parte de este arreglo al permitir la venta clandestina de entradas y el ingreso de la barra sin tickets a los estadios, y al eludir medidas de seguridad, a cambio de una porción de lo recaudado, o bien de servicios personales para el intermediario en la fuerza. Con la policía, por lo tanto, se estableció una relación de asociación de intereses que invirtió la hostilidad característica del modelo de conflicto clásico entre ambos actores. También aquí, el objetivo del acuerdo declarado invoca el compromiso de las barras de minimizar la violencia allí donde la fuerza de seguridad debiera actuar, mientras que en la práctica ello supone delegar en las jerarquías de la barra el control sobre el territorio". De allí a las zonas liberadas hay un paso.
Será complicado extinguir la llama violenta de los barrabravas tal como ahora pregonan los gobernantes. Porque no son marginales. Tienen poder. Y lo usufructúan. Por eso, no hay ánimo de poner el cascabel. Por inutilidad o por intereses. Pero esto no ocurría -al menos en una proporción visible- hasta que las hinchadas comenzaron a tomar conciencia propia y a volverse autorreferenciales. Basta escuchar los cantos tribuneros de hoy, en los que es difícil encontrar letras en donde solo se aliente al "cuadro de sus amores". La mayoría de los estribillos hablan de la hinchada, ésa que siempre dice estar. La que, de este modo, adquiere entidad propia y sirve como fuerza de choque para el mejor postor.
Los barrabravas no son personajes marginales. Tienen poder. Y gozan de la impunidad que le garantizan otros poderosos. Así lo expresan en cada cancha haciendo el "aguante", sosteniendo que "somos los únicos" y que, como reza una enorme bandera que se observa en cada partido en la Bombonera pero puede estar en cualquier otro estadio, "nunca hicimos amistades".