Atlántida: lo que la sequía se llevó
Nuestra recomendada de la semana: "Atlántida", de María Inés Barrionuevo. Una película que muestra la superficie de un pueblito cordobés, para invitar al espectador a bucear en las profundidades de un mundo a descubrir.
Por Manuel Montali
Las primeras escenas de un filme nunca deberían ser azarosas. No lo son, por cierto, en "Atlántida", que comienza con imágenes de apicultura, de una comunidad organizada como la de las abejas, imágenes que sólo terminarán de tomar sentido en la historia bastante más adelante, y de forma casi lateral...
El inicio del filme de María Inés Barrionuevo es una manera de marcar la cancha, es el modo en que se va a correr la cinta, a jugar el partido. Lo siguiente que vemos es una chica de espaldas, largándose a la pileta, al agua, a la Atlántida. No mucho más adelante sabremos que estamos viendo el verano en un pueblito del interior cordobés, algunas décadas atrás (aunque todo en los pueblos parezca siempre detenido en el tiempo), en momentos en que la provincia está siendo azotada por una seguía feroz. Luego vemos otra chica en la cama, con reposo forzado por una quebradura, y distinguiremos algunas fotografías que nos hablan desde su pared, como una de Marilyn.
Ya tenemos un cuadro de situación, un escenario y las protagonistas, dos hermanas que quedan solas un día en su casa. A la menor, la que está en cama y demanda atención de princesa, una amiga le lee el prefacio de un libro: "Estás por embarcarte en un viaje desconocido -le advierte-, ¿estás lista para partir?".
En "Atlántida", todo es prolegómeno, iniciación, el momento antes del salto al vacío (o al agua de la pileta), de la lluvia simbólica que cortará la sequía. El filme no en vano aborda el simbolismo, el mito, el lugar perdido. La película trata sobre eso, sobre la juventud y los despertares, sobre la iniciación sexual y la definición de la identidad. Trata sobre las primeras búsquedas, que son también las primeras pérdidas (como la pérdida de la inocencia).
Es una película entrañable, cálida, llena de nostalgia. Una película sobre los tiempos y espacios que dejamos atrás. Es una Atlántida que no se pierde en el agua, sino en la sequía, que discurre en el goteo lento de una canilla de la casa familiar.
La historia es sencilla en la superficie -ahí donde un pueblo se prepara para una exposición apícola y un puñado de adolescentes habla sobre quién besó a quién- porque guarda un mundo en las profundidades (o en la oscuridad de un corte de luz), en la búsqueda que cada hermana hace por su lado en el interior de territorio prohibido o inmoral para los ojos de un pequeño pueblo.
Las últimas escenas de un filme nunca deberían ser azarosas. No lo son, por cierto, en "Atlántida", ese lugar perdido que puede ser cualquier lugar, en cualquier tiempo, cuando se desata la lluvia y se hace la luz.